La mayoría de nosotros pensamos ingenuamente que dirigimos nuestras vidas de una manera consciente y razonable. Desconocemos el poder que tienen nuestros deseos inconscientes en ellas y que su conocimiento es fundamental a la hora de comprender cualquier trastorno emocional.
¿Qué es nuestra parte inconsciente?
Se trata de una parte de nosotros que permanece oculta a nuestro yo. Se compone, sobretodo, de deseos infantiles ya que su existencia se generó con las primeras experiencias de nuestra vida sucedidas en la infancia.
Esos deseos infantiles fueron reprimidos por diversas razones y este proceso creo el inconsciente, como el lugar de los deseos prohibidos.
Los deseos prohibidos y censurados en el inconsciente funcionan como huellas persistentes en nuestra personalidad. Tienen una gran energía y pugnan por hacerse realidad traspasando la barrera de la represión, por ello formarán parte de los sueños que recordamos al despertar.
El inconsciente es atemporal, los deseos que contiene hoy son los mismos de la infancia y además es amoral, no entiende ni del bien ni del mal.
Hay mucha literatura que habla de esta parte de nuestro ser que nos condiciona y nos dirige.
Por ejemplo, ya es un clásico la típica escena de ángeles y demonios que nos piden tomar partido entre un deseo prohibido y otro deseo socialmente aceptado.
Lo podemos ver claramente en los niños, porque su comportamiento está fuertemente condicionado por sus deseos inconscientes. Lo quieren todo ya y se sienten el centro del universo.
Por esta razón, la sociedad los educa imponiéndoles una conducta social correcta por encima de sus deseos. Como consecuencia, todos ellos serán censurados ya que no son admitidos por la sociedad y tampoco por sus padres, que son los representantes de la sociedad en el ámbito reducido de la familia.
La mejor manera de esconderlos es hacerlos inconscientes. Por amor a los padres, el niño reprimirá esos deseos que papá y mamá no toleran.
De este cúmulo de operaciones se generará un inconsciente que siempre pugnará por expresarse con toda su fuerza, como lo hizo en la infancia, y que se mantendrá activo toda la vida, liberando su carga en contadas ocasiones, como ocurre en los sueños y en los lapsus linguae.
¿Y en qué consiste nuestra parte consciente?
Es la parte del yo que conocemos, con la que nos manejamos en la vida cotidiana. Se ocupa de percibir la realidad e interaccionar con ella utilizando herramientas de todo tipo con las que hablamos, pensamos y actuamos. Pero también se ocupa de otro tema muy importante: mantener a raya los deseos inconscientes para que no salgan a la luz.
Nuestro yo consciente es el gran censor de nuestros deseos inconscientes.
Una buena parte de las escuelas psicológicas se ocupan de fortalecer a este yo consciente sin preocuparse de sacar a la luz los deseos inconscientes. El psicoanálisis, sin embargo, se ocupa de estos contenidos pues conoce el gran poder que tienen para condicionar la conducta del individuo comprometiendo su salud mental y física.
¿Cómo se relaciona nuestra parte inconsciente e irracional con nuestra parte consciente y racional?
La verdad es que no suelen llevarse muy bien y siempre están en polos opuestos. El inconsciente está compuesto de deseos infantiles de carácter muy primario totalmente contrarios a los deseos civilizados que espera la sociedad de nosotros.
Por todo ello, se trata de una relación irreconciliable que sólo puede aspirar a compromisos temporales. El resto del tiempo se mantienen en disputa aunque, afortunadamente, pocas veces nos enteramos.
Es una relación en equilibrio permanente en la que los sueños juegan un papel muy importante, ya que descargan una parte de la energía de esos deseos reprimidos al permitirles realizarse en el escenario onírico. Ese equilibrio, que puede durar una época más o menos larga, puede verse trastocado por algún suceso de la realidad que tenga conexión con nuestros deseos inconscientes y los active en exceso, debilitando la función mediadora de nuestra parte consciente. En este contexto, surgirá la angustia como señal de esa disfunción y, si su presencia se cronifica, sobrevendrá la enfermedad.
¿Cómo se trabaja esta relación en la terapia psicoanalítica?
En el tratamiento psicoanalítico de los trastornos emocionales focalizamos nuestras intervenciones en descubrir qué deseos inconscientes están pugnando por salir y con ello comprometiendo la salud de la persona. Lo hacemos mediante las dos vías principales de conocimiento del inconsciente: los sueños, que son el principal camino para acceder a ellos, y los lapsus del lenguaje -quería decir una cosa pero digo otra.
Creo que de todas ellas, vosotros lectores, podríais dar ejemplos concretos: ¿A quién no le ha pasado alguna vez decir una cosa cuando quería decir otra? ¡Y qué comprometida nos ha parecido la situación cuando ha sucedido en momentos delicados!
Es importante aclarar que todas estas producciones no pueden ser interpretadas literalmente, sobre todo porque han sufrido un proceso de transformación: ningún material inconsciente sale a la luz sin haber pasado por el gran censor del yo.
Gracias a la interpretación de todas estas producciones por parte del profesional conseguiremos aliviar nuestros síntomas y saber qué desea esa parte íntima que es nuestro yo infantil que sobrevive agazapado en el fondo de nuestros deseos.