«Escoger» pareja no es una tarea sencilla, a todos nos resulta enigmático el proceso que se desarrolla cuando escogemos una pareja amorosa. Al revisar nuestro currículum afectivo, solemos observar que cada una de las parejas que tuvimos no tiene nada que ver con la siguiente o con la actual: con una pareja llevábamos la iniciativa, con otra éramos más pasivos, con otra sufríamos de celos – ¡Atención, ser o no celoso no es un estado estable ni un rasgo de la personalidad, sino que depende de la pareja que tengamos! – con otra éramos más independientes, había más atracción sexual o una vida más armoniosa… etc.
Fantaseamos lo bueno que sería si fuera posible escoger tal rasgo de uno y tal rasgo de otro y así realizar un compendio “tipo Frankenstein” de los rasgos que nos hacen dichosos del partenaire amoroso. Evidentemente es una ilusión, hay rasgos que nos atraen y nos gustan pero hay otros que nos traen de cabeza y se convierten en fuente de sufrimiento amoroso.
¿Cuál es la historia de los rasgos que nos gustan del otro?
La atracción por los rasgos por los que nos atraen una persona y no otra y nos quedamos con ella, escogiéndola como pareja para mantener una relación, procede de las identificaciones que realizamos en nuestra infancia y adolescencia a la hora de la construcción de nuestra personalidad. En esa misma época también construimos los rasgos que deberá tener el objeto amoroso de por vida, si será hombre o mujer, tendrá tales cualidades, vendrá de tal historia, supondrá tantos ideales… Figuras como la madre, el padre, los maestros, todas aquellas personas significativas en la vida de una persona configurarán los rasgos del futuro amado o amada.
Cuando la toxicidad de la relación nos engancha
Solemos saber muy bien los rasgos que nos gustan, incluso podemos llegar a saber algunos de los que nos disgustan de nuestra pareja pero somos completamente inconscientes de los rasgos que nos enganchan a una relación y no nos permiten dejarla cuando ésta se está convirtiendo en tóxica.
Esos aspectos suelen ser inconscientes. Para saber cuáles son y cómo nos están influenciando, necesitaremos la ayuda de un profesional que pueda ver lo que para nosotros está fuera de nuestro conocimiento sobre nosotros mismos. Somos ciegos a lo que nos engancha del otro, aunque nos haga daño y evita que podamos terminar con ello o bien separándonos o bien cambiando el rol en la relación, una posibilidad que puede funcionar.
Rasgos que se complementan: un equilibrio inestable a lo largo de la vida
Cuando nos enamoramos, los rasgos del otro nos atraen. Pueden ser más o menos complementarios, siempre en un equilibrio delicado pero que cambiará con los acontecimientos: Tener un hijo, la muerte de un padre o una madre, un cambio de trabajo, la aparición de otra persona que nos gusta, pueden llevar a desequilibrios en ese cruce de identificaciones que mantiene el apego a una pareja, ya que nuestra propia personalidad sufre cambios importantes en esas circunstancias.
Terapia de pareja
La terapia de pareja pretende hacer conocer a cada miembro de la pareja los rasgos conscientes e inconscientes que los unen y los que les crean conflicto.
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